Peter Messner
„Puede que mi vida haya sido una suma de coincidencias curiosas, no sé. Ahora, cuando he cumplido los 80 años y cuando hace poco murió mi esposa, a la que conocí y amé prácticamente toda mi vida, suelo reflexionar mucho acerca de ello.
Me llamo Peter Messner y este nombre, más bien alemán, me fue de gran ayuda varias veces, debido a que soy judío. Antes de estallar la guerra vivíamos en Checoslovaquia y en el momento en el que Hitler tomó el poder en Alemania mi padre intuyó con previsión que eso era solo el inicio y decidió emigrar. Un día vino y simplemente nos anunció a mi madre, a mí y a mis hermanos que logró conseguir (por gran cantidad de dinero) visados a Ecuador. En dos días teníamos que trasladarnos a la ciudad italiana Génova y allí esperar dos semanas a que llegue el barco.
Antes de estallar la guerra vivíamos en Checoslovaquia y en el momento en el que Hitler tomó el poder en Alemania mi padre intuyó con previsión que eso era solo el inicio y decidió emigrar.
Ya se pueden imaginar qué de prisa hicimos las maletas y partimos a Italia. En Génova nos alojamos en un hotel pequeño, pero limpio, a las afueras de la ciudad. No salíamos mucho, porque sabíamos por supuesto sobre el odio de los fascistas italianos hacia los judíos. Pero una vez, cuando mi padre fue a hacer la compra, salvó a una persona: se le venía encima un coche y mi padre lo apartó en el último momento. El desconocido le estaba naturalmente muy agradecido y le dio su tarjeta de visita por si necesitaba algo.
El nombre en la tarjeta de visita le pertenecía a un alto miembro del Partido Nacional Fascista italiano. Una paradoja, ¿verdad?
El día de la partida imperaba el caos y nos quedamos esperando unas dos horas interminables en la fila de facturación. Cuando nos tocó, mi padre se dio cuenta de que había olvidado los pasaportes en la caja fuerte del hotel. Debido a que el siguiente barco partía en un mes, no nos quedó otro remedio que tomar un taxi e intentar traer los documentos a tiempo. Pero cuando nos acercábamos al puerto, oímos un terrible estallido. El barco en el que íbamos a viajar explotó después del ataque de un torpedo. Nadie sobrevivió y para los aduaneros ni siquiera nosotros.
Fuimos registrados en la lista de pasajeros del barco hundido. No teníamos en dónde alojarnos y el resto de dinero apenas bastarían para unos billetes nuevos… Mi padre se acordó de la tarjeta de visita, llamó al número mencionado y a pocos minutos tuvimos al fascista salvado en frente de nosotros. Nos ofreció alojamiento en su casa por un mes entero y antes de la partida le dio a mi padre una carta que en caso de problemas podría mostrar a los soldados o policías.
Entonces al final sí llegamos a Ecuador. No era el sitio más bonito del mundo, pero había libertad. Durante la guerra llegaban de Europa noticias terribles. Y al terminar, no mejoraron mucho.
Una vez después de volver del trabajo mi padre me comunicó que logró afianzarme los estudios en Estados Unidos. Y así, partí al país de las oportunidades – jamás hubiese ni siquiera soñado algo así. Estaba entusiasmando, el problema era que me podía quedar solo hasta que acaben mis estudios. Tuve entonces una idea redentora – la de ingresar en el ejército. Para mi gran asombro me admitieron y durante la Guerra de Corea hacía de camarero en un club para oficiales.
Una vez después de volver del trabajo mi padre me comunicó que logró afianzarme los estudios en Estados Unidos. Y así partí al país de las oportunidades – jamás hubiese ni siquiera soñado algo así.
Un día le llevé un cóctel a un general quien me preguntó que quién era y de dónde provenía. Le dije sinceramente que era de Checoslovaquia y que mi familia vivía en Ecuador. También mencioné que después de que se acabe el servicio militar tendré que volver a Ecuador, aunque preferiría quedarme en los Estados Unidos. El general pensó un rato y después dijo que la única posibilidad es que se me otorgue una excepción por el Senado de los Estados Unidos, que eso era muy complicado, pero que lo intentaría. Se crea o no, en dos meses la obtuve. Más tarde descubrí que la persona que me ayudó fue, ni más ni menos, el general Dwight D. Eisenhower.
Mi vida está repleta de coincidencias interesantes. Con respecto a Checoslovaquia me enteré, por ejemplo, de que en Praga soy propietario de una casa que los comunistas se olvidaron de confiscarme. Gracias a mis amigos checos me fue devuelta. Sin embargo, a la República Checa ya no he viajado y debido a mi alta edad me temo que nunca iré.”
El señor Messner se casó por segunda vez a su alta edad y vive felizmente en los Estados Unidos.
Jose Messner
Me gustaria conocer al St Messner ya que mi abuelo Gregor Messner de Shelenberg
jlmess07@hotmail.com